Las (im)posibilidades de identificación con el arquetipo de la bruja

Las (im)posibilidades de identificación con el arquetipo de la bruja

Los procesos identitarios inevitablemente conllevan tensiones. Tensiones irresolutas e inestables en donde el yo individual pretende reconocerse a través de algún nosotras o nosotros; nuestra mismidad en la alteridad.

Las complejidades comienzan desde el ejercicio de reconocimiento de nuestra identidad mediante la auto-enunciación: “Soy tal” … ¿Las palabras nos alcanzan? Definitivamente no, pero nos sitúan y al situarnos, generamos de paso encuentros identitarios con ciertas personas, a la par de desencuentros con otras más. Tenemos la necesidad de encontrar nuestros encantos y desencantos colectivos y verlos potencializados, aunque eso nos implique ajustarnos (y a la vez renunciar) a esquemas definidos, terminamos enfocando la mirada en aquello que nos ajusta, mientras la desviamos de aquello que no.

Así, nos vemos en la imperiosa necesidad de encarnar un conjunto de identidades que se enciman y que en ocasiones se interceptan en direcciones que llegan a trastocar los roles y las determinaciones identitarias existentes. Se van generando y regenerando nuevas identidades que, al poco tiempo y al lograr establecerse como tales, ven diluido su carácter disruptivo inicial, bajo un nuevo tenor hegemónico: la transgresión deviene en normativa; se delinea un camino para la abyección.

Los arquetipos son modelos de referencia que reiteran patrones y características claramente reconocibles con tal de que los procesos de identificación sean inmediatos y relativamente inequívocos. Pero con el arquetipo de la bruja, hoy día, hay avatares identitarios que refieren y se apuntalan hacia directrices enredadas y confusas, en donde el arquetipo se desdibuja a tal grado que, su apropiacionismo, antes que ser derivativo del arquetipo, termina siendo desviativo, conservando sólo la referencia nominal y un conglomerado de tergiversaciones históricas y hasta de colonización epistémica.[1]  

En las primeras páginas de su texto Brujas ¿Estigma o la fuerza invencible de las mujeres?  (2019), Mona Chollet sugiere, aunque sin llegar a desarrollar claramente, esta problemática. Por una parte, señala la ligereza con la que el director del Museo Saint-Jean, en la inauguración de una exposición de 2016, bromea con los nombres de las ejecutadas por brujería representadas en una obra de Brueghel; ante esta actitud, Chollet le cuestiona: “¿De qué otros crímenes en masa, incluso antiguos, es posible hablar así, con una sonrisa en los labios?” (p.13). Paradójicamente, en páginas inmediatas, la propia autora celebra la reapropiación del arquetipo en ejemplos de la cultura pop, como la saga literaria y cinematográfica de Harry Potter, los diseños en las pasarelas de Yohji Yamamoto o inclusive, a través de las “brujas demócratas” lideradas por Hillary Clinton en la pasada contienda electoral estadounidense contra Donald Trump.

Desde la segunda mitad del siglo pasado, ante la desconfianza frente al proyecto racional científico con miras siempre hacia el futuro, surgió una especie de revival neopagano asentado en el pasado, en lo ancestral. Como ejemplo de ello, a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, el conglomerado de asociaciones y grupos de protesta feministas W.I.T.C.H. (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell) establecieron un vínculo identitario con el arquetipo de la bruja;

El aspecto más relevante de W.I.T.C.H. fue la elección de su símbolo central: “la bruja”. Al elegirlo las feministas se reconocían con todo lo que se les enseñaba a las mujeres que no debían de ser: feas, agresivas, independientes y malignas. Las feministas tomaron este símbolo y lo transformaron, no en la “bruja buena”, sino en un símbolo de poder femenino, conocimiento, independencia y martirio (Eller, 1993, p.55)

Esta dinámica no sólo se presentó en el entorno estadounidense, la amalgamación ideológica y simbólica entre feminismo y este revival revirado de lo brujesco, también se daría con sus propios términos, en otras latitudes. En Francia, de 1976 a 1981, la intelectual feminista Xavière Gauthier encabezó la publicación de la revista Sorcières (“Brujas”). En Italia, por esos mismos años, las activistas feministas gritaban en las calles la consigna “tremate, tremate, ¡le streghe son tornate!” (“¡tiemblen, tiemblen, las brujas han regresado!”).

En la década de los noventa, a través de la cultura popular global (o al menos, occidentalizada) en materiales literarios, pero sobre todo a través de series y películas, se ha explorado  —y explotado — la figura de la “bruja adolescente” mediante la cual se generaron nuevos procesos de lectura e identificación con el arquetipo que, como posible consecuencia, desembocaron en su reaparición dentro de las manifestaciones y movimientos feministas del siglo XXI.

Incluso en el contexto latinoamericano, no es para nada extraño encontrar consignas y pancartas con citas a las brujas. No obstante, como en todo proceso identitario hay conflictos ¿Cuáles son las implicaciones de reconocerse e identificarse a través de una figura histórica y a la vez arquetípica cuyo origen irremediablemente remite a una de las peores injusticias en contra de las mujeres? ¿Cómo reconocerse a través de una figura histórica cuyo signo fue siempre la victimización y nunca la victoria reivindicativa? ¿Cómo generar identificación con un arquetipo concebido y utilizado convenientemente por el enemigo?

La identidad es algo profundamente ambivalente: nos hace viables, pero nos somete; hace posible la lucha política, pero al mismo tiempo reproduce las categorías que nos sojuzgan; nos ofrece un sentido, pero nos impide acercarnos a nuestra complejidad y singularidad radicales.
(Coll-Planas, 2011, p.249)

REFERENCIAS:
Chollet, M. (2019). Brujas ¿Estigma o la fuerza invencible de las mujeres? (Primera ed). Barcelona: S.A. Ediciones B.
Coll-Planas, G. (2011). La voluntad y el deseo. La construcción social del género y la sexualidad: el caso de lesbianas, gays y trans.  Barcelona: Egales.
Eller, C. (1993). Living in the Lap of the Goddess: The Feminist Spirituality Movement in  America. Boston, EUA: Beacon.

[1]  Cabe la posibilidad hacia el cuestionamiento de la utilización (y a mi juicio, tergiversación) del término “bruja” fuera del contexto europeo o criollo americano. Al utilizar el término “bruja” para referirnos a todas esas mujeres sacerdotisas, chamanas, guías espirituales, curanderas, parteras, yerberas  y demás  poseedoras de saberes ajenos al ecúmene occidental  ¿No estaríamos mordiendo el anzuelo epistémico colonial de “nombrar” todo a partir de una preconcepción eurocéntrica? ¿No caeríamos en la misma dinámica de nominación errónea de “indios” a los habitantes originarios del continente americano o de “demonios “a sus deidades no cristianas?