Which witches? Los 4 arquetipos cinematográficos de las brujas

WHICH WITCHES?
LOS 4 ARQUETIPOS CINEMATOGRÁFICOS DE LAS BRUJAS

El arquetipo de la bruja tiene la peculiaridad de manifestarse en formas diversas, con una serie de características iconográficos y simbólicas muy variadas, lo cual, abre la posibilidad a un abanico representacional bastante amplio que, a su vez, responde a motivaciones e intencionalidades que pueden llegar a ser diametralmente disímiles. Las brujas pueden ser mostradas como víctimas, pero también como victimarias; formaron parte de vergonzosos episodios en la historia, pero también se les puede reconocer ejerciendo roles heroicos dentro de narrativas ficcionales; pueden ser representadas como monstruos aterradores o como mujeres hermosas y seductoras; pueden ser jóvenes o ancianas; pueden vestir andrajos o ropa de diseñador; han sido el depositario de atavismos e injurias en contra de las mujeres, pero también se han vuelto en un recurrente ícono de emancipación feminista… entonces, ante tal heterogeneidad ¿Qué es lo que hace que una bruja pueda ser reconocida como tal? Existen tres rasgos comunes aún dentro de la amplia diversidad representacional de las brujas:

1. Las brujas siempre tienen una conexión con lo sobrenatural y lo inexplicable
Sea en los testimonios y documentos históricos, en los relatos de ficción, o en las prácticas rituales, lo sobrenatural siempre acompaña a las brujas. A las decenas de miles de mujeres que se les persiguió y ejecutó injustamente en el pasado, se les acusó por relacionarse con entidades demoniacas o por cometer un sinfín de actos malvados que no podían comprenderse ni demostrarse bajo los esquemas convencionales de lo lógico, lo científico o lo racional, de tal suerte que, al menos en la mente de sus inquisidores —quienes a final de cuentas eran los encargados de determinar quién era una bruja— las acusadas de brujería siempre guardaron algún tipo de vínculo con lo sobrenatural.

En el plano de la ficción o en plano de la práctica ritual de lo brujeril en el presente (como por ejemplo, en la Wicca) puede ser que no sea necesario el dictamen de cierto inquisidor para poder identificar y nominar a una bruja, asimismo, se puede prescindir del vínculo con entidades demoniacas, pero definitivamente, todas las brujas experimentan, reconocen y llevan a cabo prácticas que no resultan explicables a partir de los criterios convencionales en torno a la “normalidad” o con base en el pensamiento científico que ha prevalecido en la cultura occidental desde hace siglos.

2. Las brujas se suelen desenvolver distantes de la sociedad y del orden establecido
Lo brujeril no suele manifestarse habitualmente en la esfera de lo público, las brujas realizan sus prácticas en la clandestinidad, comparten sus saberes fuera de los circuitos de información convencionales, sus aposentos generalmente suelen estar ocultos o lejos de los centros poblacionales, prefieren velarse con el manto colectivo de las suyas antes que mostrarse diáfanamente para alcanzar el reconocimiento individual. En el fenómeno histórico de la Caza de Brujas, los inquisidores señalaban que las brujas se reunían con su aquelarre en medio de la noche, en las profundidades del bosque o en las montañas, lejos del pueblo o de la aldea en cuestión. En ese mismo espíritu, dentro de las expresiones culturales actuales, es más factible encontrar conexiones significativas con lo brujeril desde lo contracultural que desde la cultura pop hegemónica.

También, el ser bruja implica el generar constantemente incomodidad para el statu quo. Lo referente al mundo de las brujas se aparta de lo normativo y de lo establecido, por lo que no es extraño que, desde hace ya varias décadas, colectivas feministas de todo el orbe se reconozcan a sí mismas en la efigie de la bruja, mientras que, en contraparte, resulta muy extraño que dinámicas gubernamentales, corporativas o institucionales recurran a la imagen de la bruja para identificarse. Pareciera ser entonces que las brujas y lo brujeril están en constante tensión y distanciamiento con el orden establecido.

3. Las brujas son mujeres
Aunque este tercer rasgo en primera instancia pueda parecer un tanto evidente y superfluo, en realidad resulta fundamental en la constitución ontológica de las brujas, ya que la determinación histórica de las brujas, desde la Edad Moderna y hasta la contemporaneidad, se ha visto atravesada contundentemente por un marcado sesgo de género. En gran medida, en el pasado, a las mujeres ejecutadas por supuesta brujería se les llevó a la horca o a la hoguera teniendo como primer indicio de su culpabilidad el simple hecho de ser mujeres, dado que, de acuerdo con interpretaciones teológicas de la época, las mujeres eran más susceptibles a ser tentadas por el Maligno y, por ende, mejores candidatas para firmar el pacto satánico que las convertía en brujas.  Adicionalmente, no se puede ignorar que fueron las estructuras de poder determinadas bajo el constructo patriarcal las que convirtieron a las mujeres en las subjetividades idóneas para operar como el principal “chivo expiatorio” dentro de la Caza de Brujas.

Aunque el paso del tiempo diluyó la persecución y ejecución sistemática de las mujeres por supuestos vínculos con la brujería, en los imaginarios colectivos prevaleció la connotación negativa de las brujas y su conexión con expresiones femeninas que no se ajustaban con los modelos dictaminados desde el orden patriarcal preestablecido. Las brujas, como mujeres solas, viejas y extrañas (¿e independientes?) se volvieron las villanas en las narrativas infantiles, al tiempo que “¡bruja!” se convirtió en un insulto ordinario mujeres que ya fuera en su aspecto o en su comportamiento no se ajustaban de acuerdo con los estándares establecidos, por supuesto, desde la perspectiva masculina.

Desde hace algunos años, a sabiendas del arraigo del pasado, ciertas mujeres han decidido autosubjetivarse como brujas, resignificando el término al volverlo un gesto emancipatorio, estando conscientes de que su cuerpo de mujer acarrea el estigma de la bruja que, en muchas ocasiones, ha dejado de ser un lastre cultural para convertirse, más bien, en el motor de resistencia.


Histórico, terrorífico, emancipatorio y fantástico: Los 4 arquetipos cinematográficos de las brujas

Por poco más de un siglo, los imaginarios cinematográficos han dado cuenta del amplísimo abanico representacional brujeril y pese a la infinidad de variantes individuales, los centenares de brujas que han desfilado por las pantallas se pueden categorizar bajo cuatro arquetipos referenciales: histórico, terrorífico, emancipatorio y fantástico. Los arquetipos se pueden expresar individualmente o en combinaciones, operando de manera simultánea, ya sea sin guardar una relación de preponderancia específica o bajo un esquema en el que se presenta una variante arquetípica central, acompañada por el resto como apéndices y complementos.

El arquetipo histórico

Ejemplos representativos: Vredens Dag (Dreyer, 1943), Les Sorcières de Salem (Rouleau, 1957), Kladivo na čarodějnice (Vávra, 1970), The Crucible (Hytner, 1996), Akelarre (Agüero, 2020)

Vredens Dag (Dreyer, 1943)

Las películas con el arquetipo histórico son aquellas que construyen su narrativa a partir de la recreación de algún episodio específico de la historia, generalmente, centrándose en la exposición de alguna situación o de algunos personajes inmersos dentro del contexto de la Caza de Brujas acontecida entre los siglos XV y XVII. Teniendo como base documentos y testimonios históricos, en la mayoría de estas cintas, se evidencia la inocencia de las mujeres acusadas de brujería y se hace énfasis en la manera en la que el fanatismo religioso, la superstición y la corrupción de las instituciones y el sistema, en conjunto, operaban para el ejercicio faccioso de la justicia, perjudicando a las supuestas brujas y beneficiando a ciertos personajes inmersos en las esferas cupulares del poder.

En las películas que presentan al arquetipo histórico de las brujas, habitualmente, las mujeres acusadas de brujería no tienen ningún tipo de poder o vínculo con lo sobrenatural y ese vínculo con lo sobrenatural sólo se manifiesta a través de las maquinaciones, enjuiciamientos viciados y malabares retóricos por parte de sus inquisidores. Sin embargo, en el planteamiento argumental de algunas producciones de la segunda década del silo XXI como The Witch: A New-England Folktale (Eggers, 2015) o Hagazussa (Feigelfeld, 2017), en las que el arquetipo histórico se combina y complementa con lo terrorífico y lo emancipatorio, se abre la posibilidad de que las brujas del pasado sí hayan tenido cierto vínculo y contubernio con lo sobrenatural.  

El arquetipo terrorífico

Ejemplos representativos: La maschera del demonio (Bava, 1960), Rosemary’s Baby (Polansky, 1968), Suspiria (Argento, 1977), The Blair Witch Project (Myrick y Sánchez, 1999), The Lords of Salem (Zombie, 2012)

El rasgo unitario de las brujas presentadas bajo el arquetipo terrorífico es que ellas son las principales artífices de todo tipo de perversidades, trabajando en complicidad o bajo el influjo de fuerzas sobrenaturales malignas. Las historias de las cintas que representan a las brujas bajo este arquetipo, generalmente, tienen lugar en el presente (de acuerdo a la época en la que se estrenó la película), aunque en algunos casos, se decide dar un giro hacia el pasado, como por ejemplo en Cry of the Banshee (Hessler, 1970), contextualizada en la Inglaterra isabelina, The Blood on Satan’s Claw (Haggard, 1971), situada en el siglo XVII o Season of the Witch (Sena, 2011), cuyo argumento tiene lugar en la primera mitad del siglo XIV, en medio de las Cruzadas y la Peste Negra.

Algo llamativo en relación con la representación de las brujas bajo el arquetipo terrorífico es que su iconografía en más de una ocasión se asienta en valores estéticos extremos de la fealdad o de la belleza. En películas como The She Beast (Reeves, 1966), The Witches (Roeg, 1990) o Mal de ojo (2022), la fealdad del alma y de los actos de las brujas va de la mano con su aspecto repulsivo, mientras que, en producciones como Virgin Witch (Austin, 1972), Inferno (Argento,1980) o The Neon Demon (Refn, 2016), las brujas son presentadas como mujeres atractivas y a la vez letales, lo cual, sin duda, establece una relación directa entre este tipo de brujas y la efigie de la femme fatale.

The Witches (Roeg, 1990)
The Neon Demon (Refn, 2016)

Otro aspecto que no se puede ignorar en relación con la representación de las brujas bajo el arquetipo terrorífico consiste en que, al presentarlas como entidades sumamente malignas, se corre el riesgo de diluir y desviar la atención de la terrible violencia detrás de las ejecuciones injustas padecidas por muchas mujeres inocentes acusadas de brujería, ya que, si de acuerdo con lo que plantea esta variante arquetípica, las brujas son sujetas al ejercicio del mal, con una visión sesgada de la historia y con una conciencia política limitada, se podría malinterpretar que la persecución, tortura y ejecución de las supuestas brujas del pasado fueron, de algún modo, “justificables”.  

El arquetipo emancipador

Ejemplos representativos: La Sorcière (Michel, 1956), Season of the Witch (Romero, 1973), The Devonsville Terror (Lommel, 1983), The Love Witch (Biller, 2016), Thelma (Trier, 2017)

La variante del arquetipo emancipador de las brujas cinematográficas se presenta cuando hay una reapropiación y resignificación del arquetipo de la bruja, convirtiéndolo en un símbolo de resistencia feminista y en un recurso claro para arrojar cuestionamientos, críticas y recriminaciones en contra del sistema establecido de orden patriarcal. No existe una contextualización temporal constante y definida para la recurrencia de esta variante arquetípica y bien se puede complementar con películas de carácter histórico situadas en el pasado como Kanashimi no beradonna (Yamamoto, 1973), Inquisición (Naschy, 1976) o The Witch: A New-England Folktale (Eggers, 2015), o en películas cuyo marco argumental acontece cronológicamente en la misma época de su estreno, tales como La Sorcière (Michel, 1956), Bruja (Paéz-Cubells, 2019) o Lux Æterna (Noé, 2019).

En algunos casos, el arquetipo emancipador se puede combinar con el arquetipo terrorífico y es que, pese a que las brujas sean malvadas en este tipo de cintas, esa inclinación maligna —muchas veces a manera de venganza por las injusticias sufridas— resulta ser, de algún modo, una reafirmación de su autonomía y un posicionamiento contrasistémico, planteamiento que resulta ser concordante con las ideas de Amelia Valcarcel y el “derecho a la maldad” para las mujeres como un gesto de disidencia en contra del sometimiento de los hombres. Algunas películas que suman los arquetipos terrorífico y emancipador son: Il delitto del diavolo (Cervi,1970), Carrie (De Palma, 1976), Suspiria (Guadagnino, 2018) o Hellbender (Adams, Adams y Poser, 2021).

Otro aspecto fundamental dentro del arquetipo emancipador de las brujas consiste en que las mujeres que entran dentro de este tipo de personajes deciden pasar por un proceso de auto-subjetivación como brujas por sí mismas, a diferencia de lo que sucede con los otras variantes del arquetipo en las que las dinámicas para la subjetivación como brujas proviene de un agente externo o, simplemente, no se explica. En películas como Season of the Witch (Romero, 1973), The Witches of Eastwick (Miller, 1987) o The Craft (Fleming, 1996), se muestra el paso a paso que llevaron a cabo esas mujeres hasta convertirse, por convicción propia, en brujas, pasando por un proceso de autoconocimiento y también de liberación de sus represores.

El arquetipo fantástico

Ejemplos representativos: Snow White and the Seven Dwarfs (Cottrell, Hand, Jackson, Morey, Pearce y Sharpsteen, 1937), The Wizard of Oz (Fleming, 1939), Majo no Takkyūbin (Miyasaki, 1989), The Witches (Roeg, 1990), Hocus Pocus (Ortega, 1993)

En lo que respecta a la variante del arquetipo fantástico de las brujas, conviene comenzar señalando que muchas veces el desarrollo de los personajes, así como el de su contexto, no permite conocer con claridad su origen y configuración individual, por lo que estas brujas muchas veces son tales, sólo porque así se les ha denominado o porque su aspecto concuerda con los referentes iconográficos de las brujas, pero se omiten por completo elementos constitutivos del arquetipo de la bruja en su desarrollo más amplio, como por ejemplo, el haber realizado un pacto con alguna entidad demoniaca o el haber formado parte de algún ritual para convertirse en brujas.

Las brujas fantásticas cinematográficas tienen un germen muchísimo más cercano al de las brujas de los cuentos de hadas que al de las brujas de la realidad histórica, por lo que casi siempre carecen de referentes reflexivos hacia al pasado, lo cual —tal y como sucede con varias de las representaciones bajo el arquetipo terrorífico— puede llevar a la banalización y designificación profunda de lo que simboliza la subjetivación de las brujas haciéndolas recaer, muchas veces, en narrativas melodramáticas en las que son completamente malvadas simplemente porque sí, o en líneas argumentales un tanto vacuas en las que ser bruja es simplemente tener la habilidad de volar sobre una escoba, preparar pócimas mágicas o mover objetos telequinéticamente.

Los linderos que delimitan a las brujas fantásticas pueden llegar a ser un tanto borrosos por lo que en algunas ocasiones se puede llegar a considerar como brujas a personajes o entidades que tal vez no lo sean como sucede con las magas y hechiceras del universo literario y cinematográfico de Harry Potter o con criaturas como Maleficent (Maléfica) a quien muchas veces se le denomina como bruja cuando más bien se trata de un hada malvada o de una suerte de espíritu del bosque cuya corrupción le llevó al