WITCHPLOITATION: El cine de explotación de brujas como expresión contrafeminista

WITCHPLOITATION: El cine de explotación de brujas como expresión contrafeminista

Durante las décadas de los sesenta y setenta, en diversas latitudes, lo brujeril adquirió preponderancia dentro de importantes movimientos religiosos, políticos y sociales. Entretanto, los imaginarios cinematográficos de aquellos años se volvieron terreno fértil para la exploración de múltiples aproximaciones al arquetipo de la bruja, siendo una de ellas el cine de explotación de brujas, “witchploitation”, una particular expresión fílmica que navegó a contrapelo de los valores y preceptos del entonces incipiente feminismo posmoderno.

Después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial y como una expresión ante la desconfianza frente al pensamiento racional científico, en el mundo occidental surgió una suerte de neopaganismo asentado en el pasado mítico. De entre las vertientes de ese pensamiento mágico religioso neopagano, apareció el movimiento Wicca[1] inicializado por el escritor británico Gerald Gardner a mediados de los cincuenta, pero híper-popularizado –y también comercializado– una década más tarde por el estadounidense Raymond Buckland. Una de las principales razones, mas no la única, del éxito del neopaganismo Wicca en los Estados Unidos fue su vinculación natural con algunos de los movimientos políticos y sociales efervescentes en ese momento, particularmente, con el feminismo. Al tiempo que la brujería new age comenzaba a llamar la atención de ciertos sectores juveniles en San Francisco, Nueva York y otras importantes ciudades estadounidenses, feministas radicales como Mary Daly publicaban influyentes textos como The Church and the Second Sex (1969) en donde la filósofa y teóloga estadounidense exponía la estrecha relación histórica entre la hegemonía de la Iglesia y la opresión sobre las mujeres.  Un año antes, en otoño de 1968, el conglomerado de grupos feministas de protesta W.I.T.C.H. (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell) tomó por sorpresa las cuadras de Wall Street.

Algunos meses antes, en ese mismo año, el mundo del cine vio el estreno de Rosemary’s Baby (Polansky, 1968) cinta que, partiendo de buenas actuaciones, un guion bien desarrollado y una excelente realización, ganó desde entonces un merecido lugar de reconocimiento dentro del cine de terror. También, en 1968, tuvo lugar el relanzamiento de Häxan (Christensen, 1922) en los Estados Unidos. En esta reversión, la cinta originalmente silente incorporó la narración con la voz de William Burroughs junto con música de jazz a cargo de Daniel Humair, lo que valió, en gran medida, la popularización, revalorización y justiprecio de la cinta como uno de los primeros largometrajes en abordar puntualmente el tema de la brujería histórica, lo que lo posiciona como una piedra angular dentro de la historia del cine sobre brujas.

Pareciera entonces que, a partir de entonces, las brujas y la brujería estarían muy presentes en un buen número de producciones cinematográficas hasta muy entrada la década de los setenta. En ocasiones, la apuesta fue la recreación del fenómeno histórico de la Caza de Brujas como en la película británica Witchfinder General (Reeves, 1969), protagonizada por Vincent Price o en la sumamente interesante Kladivo na čarodějnice (Vávra, 1970) distribuida fuera de Checoslovaquia bajo los nombres de “Witchhhamer” o “El martillo de las brujas”; mientras que, otras veces, las brujas y su brujería fueron llevadas a las circunstancias y problemáticas de la época actual, tal y como se presenta en cintas como Season of the Witch (Romero, 1972) donde una mujer de mediana edad encuentra en la brujería un escape de la cotidianidad, o en la trilogía brujeril a cargo de Dario Argento, cuyo germen se remonta a Suspiria de 1977 y su aquelarre disfrazado de academia de danza.

En medio de este abanico de posibilidades cinematográficas de las brujas emergió el “witchploitation” que, como todo subgénero ligado al cine de explotación no deja de tener cierto encanto entrefotogramas pese a las abyecciones plasmadas en la pantalla y pese a ser el reflejo de las perversidades y lo crímenes del mundo fuera del encuadre. De forma resumida algunas de las características más recurrentes en el subgénero “witchploitation” son:

  • La presencia de mujeres jóvenes y atractivas como víctimas o como practicantes de rituales brujeriles (con desnudos o semidesnudos de por medio).
  • La sobreexposición de contenidos explícitamente violentos y escatológicos.
  • La preminencia del estridentismo audiovisual muy por encima de cualquier indicio de profundidad y complejidad narrativa.
  • Dirección actoral forzada, con recurrencia de diálogos intencionalmente descolocados y poco creíbles.
  • Personajes masculinos con un desarrollo complejo y multidimensional, mientras que los personajes femeninos resultan torpes, unidimensionales y con una participación y relevancia completamente subordinadas a la línea narrativa general definida por los hombres en la pantalla.
  • Ritmo ágil y metraje generalmente no mayor a los 90 minutos.

[1] “Neobrujería nacida en Inglaterra, inspirada por Gerald Gardner (n.1884-m.1964), que consideraba a la brujería medieval como una supervivencia perseguida del paganismo, la “vieja religión”, que en la actualidad, algunos movimientos bastante difundidos tratan de redescubrir, sobre todo en Estados Unidos. (Filoramo, 2001, p.400)