La inocente repugnancia como gesto simbólico, de normatividad y poder
Las brujas reales odian a los niños. Las brujas reales son calvas […]
Son en verdad horrendas debajo de sus máscaras humanas. Las brujas no tienen dedos en los pies, estos son cuadrados; repugnantes muñones donde deberían tener los dedos, así que nunca usan zapatos puntiagudos o bonitos, sólo zapatos feos y cómodos […]
(Roeg y Henson, 1990, min. 05:03)
The Witches (Henson y Roeg, 1990) es una cinta infantil basada en la novela homónima de Roald Dahl, publicada en 1983. A pesar de ciertas diferencias narrativas entre las letras impresas y la pantalla, lo esencial del sencillo argumento prevalece en ambas versiones: Durante una estancia vacacional en un hotel del sur de Inglaterra, Luke (Jasen Fisher), un niño huérfano que vive bajo la tutela de su abuela (Mai Zetterling), descubre una convención secreta de brujas malvadas que, bajo el liderazgo de Eva Ernst, “la Gran Bruja” (Anjelica Huston), quieren transformar en ratones a todos los niños del mundo haciéndolos injerir una pócima mágica dosificada secretamente en dulces. Tras una serie de peripecias, Luke, con la ayuda de su abuela, desenmascara a las terribles brujas, a las que finalmente logra derrotar haciéndoles ingerir su propia pócima, convirtiéndolas así, a todas ellas, en ratas.
Cabe destacar que la cinta contó con la última participación de Jim Henson no sólo como productor, sino también como artífice de buena parte de los efectos visuales, supervisor del maquillaje y en general, de la conceptualización visual de la cinta. El papel del famoso titiritero, creador de los Muppets, fue fundamental para traducir las imágenes literarias de Dahl a la pantalla y con ello, lograr una de las representaciones cinematográficas del arquetipo de la bruja, al menos técnicamente, mejor lograda. Para la construcción argumental de la película, sin duda era muy importante mostrar el tránsito corporal de las brujas entre sus disfraces de mujeres “normales”, utilizados para pasar desapercibidas en la cotidianidad, y su monstruosa apariencia real, oculta debajo de ellos. Sólo cuando están en sus reuniones secretas, las brujas de The Witches se despojan de guantes, máscaras, pelucas y maquillaje para mostrar sus enormes narices, su cabeza calva, su piel purulenta y sus pies y manos deformes.
Bajo el tenor de la cinta, que oscila entre la comedia y la fantasía dirigidas a un público infantil, pareciera que la representación del repugnante aspecto de las brujas es un mero recurso visual para hacer énfasis en su maldad; en un planteamiento fílmico con personajes sencillos y llanos, la fealdad física va de la mano con su vileza, como evidente contraposición al principio clásico de kalos kai agathos (“lo bello es bueno y lo bueno es bello”). No obstante, en esta dinámica cinematográfica de representación, subyacen ejercicios de subjetivación en los que realizadores y espectadores entran en un juego de complicidades, donde la diferenciación (y la jerarquización ontológica) a través de la repugnancia, así como el rechazo hacia cualquier forma de otredad, reproducen sin cuestionar aquellos programas normativos de la realidad que operan para restringir las posibilidades de personalidades abyectas.
Desde su concepción moderna, el arquetipo de la bruja ha acarreado consigo su condición desagradable. Esther Cohen, reconoce la reconfiguración del arquetipo, durante el Renacimiento, como:
Una mujer anciana, deforme y macilenta […] su espíritu melancólico se acerca más a esa enfermedad del Medioevo, la acedia […] La bruja es, paradójicamente, la contraparte estética renacentista apoyada en el descubrimiento y exaltación del cuerpo y sus furores.
(Cohen, 2003, pp. 60-61)
No solamente a través de la representación, sino también en los procesos de persecución inquisitoria, determinadas “anormalidades” en el cuerpo de las mujeres eran motivo suficiente para desatar sospechas de la presencia e injerencia del Maligno. En más de uno de los juicios de brujería, las acusadas presentaban desde discretas malformaciones (como la politelia), hasta corporalidades claramente distorsionadas por enfermedades óseas en estado avanzado (como probables casos crónicos de cifosis u osteítis deformante).
Al igual que sucede con las antagonistas presentadas “inocentemente” en The Witches las brujas históricas, así como numerosas posibilidades subjetivas incómodas para el sistema hegemónico (por ejemplo, personas no hetero-normadas); cargan consigo el estigma de la repugnancia en su corporalidad, en la reproducción de sí y en la amenaza de trastocar el ordenamiento de las estructuras sociales y su permanencia como las conocemos. En el caso particular de las brujas, la incomodidad que produce la presencia, exposición y cercanía de su corporalidad, se acentúa a través del inminente peligro que genera su conducta infanticida, como de hecho, queda plasmado tácitamente en la cinta en cuestión. A las brujas de la película, no sólo les basta con esa característica brujeril que Jules Michelet definió como la “celebración de su esterilidad femenina” (2004, p. 200), la cual se enaltece en sus reuniones privadas con exclusiva presencia femenina (como en los aquelarres [¿preludio de los espacios separatistas feministas?]); ellas, además tienen la intencionalidad de sesgar cualquier proyecto de continuación del orden social-vital en las generaciones venideras a través del infanticidio, en ese sentido, podríamos decir que comparten la disruptividad de las afectividades queer, poniendo en aprietos a los esquemas reproductivos dominantes en la concepción Occidental.
REFERENCIAS
Ahmed, S. (2004). La política cultural de las emociones. México: CIEG-UNAM.
Cohen, E. (2003). Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el Renacimiento. México: Taurus; UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas.
Roeg, N. (director) y Henson, J., Shivas, M., Symonds, D. (productores). (1990). The Witches. Reino Unido y EUA y Canadá: Warner Bros Pictures.
Michelet, J. (2004). La bruja. Una biografía de mil años fundamentada en las actas judiciales de la Inquisición. Madrid, España: Ediciones Akal.